Cuando desperté del cansancio de una semana “ocupadita”, emprendimos uno de esos viajes relámpagos que habíamos adquirido aproximadamente dos meses antes, en una de esas compañías de
low cost.
Con las mochilas a las espaldas empezó la travesía. Cuando vislumbré la ciudad desde el avión, no se me ocurrió otra cosas que bautizarla con el nombre de “la ciudad color terracota”… suspendida en el aire y mirando hacía abajo se veían montones de casas de colores ocres, rojizos, naranjas y la tierra de las montañas también de los mismos colores arcillosos.
Cuando llegamos al aeropuerto, me di cuenta que es una ciudad en crecimiento, puesto que las instalaciones de la terminal aérea las están ampliando con una estructura arquitectónica monumental y ostentosa.
Cogimos un taxi hasta nuestro
alojamiento que resultó quedar en una callejuela escondida dentro la ciudad amurallada. El primer contacto con Marrakech y sus habitantes es extraño, al principio te sientes desubicado entre una gente que se acerca mucho a ofrecerte ayuda a cambio de dinero… sin embargo cuando “te haces” del lugar, la perspectiva cambia y se vuelve un territorio humeante y entrañable que huele a hierbabuena y donde los tambores nocturnos te recuerdan que estás en el continente africano.
El primer día, asombrados y perdidos entre las callejuelas del
zoco y en busca de la Plaza Jemaa el Fna, fui incapaz de sacar la cámara por un miedo absurdo que luego se disipo al día siguiente. La misión del mediodía era comer y buscar alguna excursión por los alrededores de Marrakech. En una terraza alta con vistas a la plaza Jemaa el Fna, comimos los dos por aproximadamente 15 euros con bebida, postre y café incluidos.
Después de saciar a nuestros estómagos, decidimos bajar para sentir la vidilla de aquella plaza con tanto movimiento y colores. Saqué la cámara ante los encantadores de serpientes, que no dudaron en colgarle una serpiente a él mientras yo aprovechaba para hacer fotos y ellos para pedir dinero. Cuando salimos de la ciudad amurallada donde se encuentra la
medina nos encontramos con una parte de Marrakech en pleno crecimiento, con centros comerciales, tiendas de modas de marcas internacionales, plazas con fuentes y obras en construcción que hacían alusión a grandes espacios de centros comerciales.
En aquella zona encontramos una agencia turística que nos ofrecía una excursión a un solo destino con un vehiculo 4x4, chofer y guía, por aproximadamente 150 euros. El coche podía llevar hasta 5 personas (creo), pero nosotros solo éramos dos, así que seguimos buscando… como dicen en Venezuela “el que busca encuentra”.
Llegamos a una oficina con un señor que nos ofrecía un viaje a dos destinos, por aproximadamente 70 euros, entregamos 30 euros en abono, confiando en la buena fe de aquel buen hombre, puesto que no nos entregó factura, ni ningún tipo de documento que certificara que teníamos un trato con él. El trato se cerró diciéndonos que a las 8 en punto estaría el chofer-guía buscándonos para iniciar el viaje.
Después de un día demoledor de tanto caminar, nos fuimos a disfrutar de un gustoso te en nuestro RIAD y nuevamente a salir hacia la plaza en busca de la cena.
Cuando llegamos a la plaza, aquello era un espectáculo totalmente diferente al del día, en esta ocasión había sido invadida por montones de tenderetes humeantes con venta de comida, con turistas que se debatían entre un lugar u otro para comer. Rodeando aquel evento había músicos, teatreros, echadores de la buenaventura y miles de personajes que con ingenio buscaban la manera de sacarle un poco de dinero al día.
A la mañana siguiente, a las 8 en punto, nos esperaba afuera el chofer-guía para llevarnos a conocer los alrededores del Alto Atlas, primero pasamos por el valle de Ourika que no es mas que un conjunto de casas de adobe que llegan a fundirse con las montañas y donde habita el pueblo Bereber.
En el recorrido hacía la zona nos detuvimos en una cooperativa de mujeres, que hacían a mano, jabón y productos para la piel, todo extraído de un fruto como la almendra.
En el camino habían cantidades de sitios para comer, todos al otro lado del río, por lo cual para llegar hasta allí había que pasar un puente colgante nada fiable, al que nos arriesgamos a cruzar para disfrutar las vista al río y una deliciosa comida tradicional marroquí cocinada en
tajinNos acercamos también a la aldea de Setti Fatma donde se enclavan las siete cascadas a las que no pudimos arribar por lo complicado del camino, el acceso a la primera es “supuestamente” fácil, sin embargo debo confesar que en ocasiones me detenía el pánico a caer, por las resbaladizas rocas del camino.
Cuando terminamos nuestra excursión, en vista de que aún era temprano, negociamos con el chofer un precio (5 euros) para que nos llevase a la estación de esquí de
Oukaïmedén en la que nos acercamos a la nieve y nos deleitamos con el contraste del color rojizo de las piedras y el blanco de la nieve… en el camino seguíamos viendo pueblos Bereber que se perdían en las montañas.
Nuestro último día en Marrakech consistió en: visitar el museo de la ciudad, hermoso por el decorado de sus paredes labradas con letras y formas árabes; dejarnos perder por los pasillos llenos de tenderetes y coloridos con ofertas en idiomas al gusto del cliente.
Marrakech es una ciudad de contraste entre la medina que preserva su carácter antiguo y la ciudad fuera de la muralla que lucha por crecer.
Los marroquíes son gente muy amable y simpática, de carácter afable y fiestero. Las mujeres con su cara tapada también forman parte de una sociedad pujante, las ves trabajar a la par que ellos, sin embargo son sumisas ante el turista…
Es gente muy trabajadora y artesanal, podías ver a los hombres hilando en medio de las calles y bordando vestidos a altas horas de la noche, sin embargo no se porqué me quedé con la impresión de que son muy desconfiados…