De pronto un día ves una palabra escrita y te traslada a
algunos recuerdos de infancia que con la adultez se llenan de preguntas…
Soy de una ciudad “pequeña” de Venezuela,
de Maturín, la antigua “ciudad distinta”. De esos lugares que aunque salen en
el mapa, la gente a penas escucha mencionar. Un lugar caluroso, apacible,
donde se caminaba lento, se jugaba descalzo en la calle, con lluvias torrenciales que invitaba a la fiesta infantil del disfrute bajo el agua, la
libertad de corretear, mirando los barquitos improvisados por conseguir el
primer lugar, hasta que se perdiera en el torrencial de un acueducto… Si, allí
estaba yo, con 6 o 7 años, descalza, medio vestida y disfrutando de mi
infancia, mientras mi madre seguramente se reía a través de la ventana, cuando
no, seguramente también estaría entre nosotros… pero mi precepción de hoy y
buscando entre los recónditos agujeros de mis recuerdos, me faltan muchas
imágenes…
De adulta, una de esas veces que volví a mi país, me dejé
bañar por un aguacero en el patio de mi casa, junto a mi sobrina!... que
sensación tan extraña… una sensación que añoro…
De las remembranzas de mi infancia, me asaltan las preguntas de un
adulto. Por aquella época en mi casa se vivía bien, al menos ese esa es mi
percepción. Mi hogar siempre estaba lleno de gente.
No faltaba comida para quien
atravesaba el portal de forma inesperada. Había risas, bromas y largas
tertulias de adultos, mientras los niños (mis primos, mis hermanos y vecinos) jugábamos
a la libertad…
Increíblemente la palabra que me trasladó a estos
recuerdos fue “lavandería” . Un jueves en una mañana al inicio del verano, vi
escrita esa palabra junto a un cartel que decía “5 camisas por 14 €”. En
cuestión de segundos me acordé de aquel humilde señor Español que trabajaba en
una tintorería, que religiosamente llevaba y traía las camisas y pantalones de
mi padre. La ropa se metía sucia y arrugada en una bolsa y volvía
impecablemente planchada, lista para ser colgada cuidadosamente en el armario.
Más de una vez vi el rostro de aquel buen señor “currante”, mientras yo estaba detrás
de la falda de mi madre, o de mi prima o de mi nana… aquí la memoria me baila…
el cumplimiento de aquel personaje era ineludible incluso los días de lluvia.
Era un hombre de tez blanca, alto, robusto, medio calvo, con el sudor en el
rostro, vestido generalmente de blanco o azul claro, salía de su VW Campervan
color blanco gastado y educadamente hacia su trabajo… Hoy tengo tantas incógnitas
de aquel entonces, no puedo evitar preguntarme que sería de aquel oficio… y detrás de ésta pregunta, se generan
muchas otras más desoladoras…
Donde se quedó la honestidad, el buen hacer, el tender la
mano a quien tocaba la puerta por un poco de pan duro… si!, sentíamos a lo lejos
gritar “señora, señora, tiene pan duro?” y salía mi madre a dar lo que podía o
a ofrecer un trabajo puntual a cambio de dinero. Se podían abrir las
puertas… donde quedó aquello…
En mi país siempre ha habido gente pidiendo por las
calles, es una mala costumbre… a veces engañosa, a veces verdadera…
La primera vez que me robaron, tenía 5 años, me bañaba
con la manguera a fuera de casa, pasó un chico, me pidió agua y me expresó lo
bonito que era el colgante que llevaba, me dijo “me lo enseñas”, en mi
inocencia lo hice, segundos más tarde, remojada y corriendo a través del
pasillo, alcancé la fría habitación de mis padres, interrumpí entre sollozos su
siesta, para decirles que me habían robado.
Aquel “ladronzuelo” no me hizo nada, ni me tocó, solo me quitó una prenda que
tenía poco valor para mis padres en comparación con mi presencia… puedo decir
que incluso aquel mal trabajo, estaba “bien hecho”, sin daños colaterales…
De mis 5 años salto a mis 15, cuando en el mismo lugar,
por un colgante le destrozaron la pierna un vecino… hubo daños, claro que sí, pero continuaba
vivo!. Desde que me vine hasta ahora, he recibido tantas noticias dolosas de
gente conocida, amada, que ha perdido la vida por un coche, un secreto, un “no sé
qué” que me revienta el alma. La sociedad en la que me crié se ha ido
destruyendo poco a poco. Temo constantemente por los míos y no puedo evitar que
se me haga un nudo en la garganta de pensar todo lo que mi amada Maturín ha
cambiado.
El desespero lleva a la gente a cometer barbaridades, a
desconfiar, a vivir un sin vivir!!... ya quisiera yo, que éste post fuera más
divertido, alegre o esperanzador… pero las preguntas se me hacen furiosos torbellinos,
lejanas, distantes, de un ayer que no encuentra el mañana… y en mi egoísmo, siento el pesar de “no querer”
volver… por miedo… y lloro por la ausencia de los míos, los abrazos que no puedo
dar, por los mimos que serían valiosos para mis hijos… por las libertades de
una lluvia torrencial en la descalcez de la infancia…