Después de aquella cena por
mi cumpleaños al día siguiente tocaba visitar “por libre” el templo de
Angkor Wat, uno de los complejos religiosos más grandes construidos del mundo. Tocaba Amanecer para ver la salida del sol de detrás de aquel edificio tan imponente, así que casi no dormí durante la noche para no quedarme dormida (jajajaja), cuando se hizo las 4 y media de la mañana nos duchamos y afuera nos esperaba un tuc tuc que habíamos apalabrado con anterioridad. Una vez en el lugar nos sorprendimos de no ser los únicos de disfrutar de aquel espectáculo. Así que buscamos la mejor ubicación, debo confesar que volví loco a Jaume, me moví incesantemente hasta conseguir la mejor foto posible, así que trípode arriba y trípode abajo, cámara y de más “peroles”, en fin que me saturé de tomar fotos haciendo mil y una pruebas con la luz, enfoque, encuadre… total que de todas las que hice tal vez solo pueda salvar cinco mas o menos “buenas”… jajajaja…
Una vez que el sol salió y ya empezábamos a sudar, porque el “rubito de arriba” apretaba, entramos al interior del templo y entonces me deje maravillar por los pasillos ausentes y llenos de la dorada luz que se colaba junto a los naranjas de las túnicas de los budas de los pasillos, me dejé cautivar por la devoción de un camboyano que encendía luces a su creencia. Y no pude evitar fotografiar ese momento junto al amor.