Nací en una de esas ciudades pequeñas en la que “todo el mundo” te conoce, o por lo menos los rostros son familiares cuando sales a la calle. Mi infancia transcurrió en un lugar donde las lluvias torrenciales eran el día a día… el olor húmedo que se colaba por la ventana, los pájaros que cantan mientras las ultimas gotas se evaporaban al salir aquel brillante sol… y como por arte de magia a dos calles de aquel poblado todo estaba seco, era impresionante como la naturaleza trazaba un limite exacto para lluvia y sol, algo no visto por mi en ningún otro lugar del mundo…Bajo las gordas gotas de un día lluvioso, mis pies se descalzaban para recorrer las calles húmedas en compañía de mis hermanos, madre y hasta la de los vecinos, celebrábamos con descalza inocencia el diluvio de un día cualquiera… las barcas de papel y hojas secas jugaban en la calzada a ver “quien llegaba primero” a una meta imaginaría bajo la sorpresa de unos ojos atentos a un final incierto…
Nunca imaginé en aquella húmeda descalces hacia donde llevaría mi “velero”…
1 comentario:
...en una de esas lluvia se puede ver como las gotas que se estrellan en el parabrisas de un auto pueden servir como tema de conversacion para filosofar sobre la realidad de la vida y sobre otros aspectos que un simple recorrido de moleculas pueden ilustrar y hacer entender de forma magistral que aunque cada gota tiene un destino diferente muchas se cruzan entre si y al final del cristal todos se reunen a celebrar el privilegio de vivir...
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