Maternidad

Decidí sumergirme en un proyecto llamado maternidad, entre aguas cristalinas y llenas de ilusiones engendraba una hermosa niña en mi interior.
Mi cuerpo fue cambiando, al mismo tiempo que mis hábitos y costumbres… estaba a gusto con solo sentir que estaba dentro de mí, que vivía a través de mí, que le alimentaba, le hablaba y ella estaba allí…
Con el paso de los días el cuerpo pesa, el caminar se hace más lento y ella se mueve menos. Tiene poco espacio y todo indica que tiene ganas de salir… la espera se hace larga con la sensación infinita de verle la cara, sus piececitos, sus manitas… de encontrarte con su mirada que no te mira…
De pronto las aguas cristalinas deciden enturbiarse para convertirse en parto… pero la pequeña África no quiere salir… y las entrañas duelen, un dolor indescriptible avisa que ha llegado la hora… pero todo se alarga y el agotamiento juega sucio a una madre ansiosa de ver a su niña…
El dolor quema, asfixia, desgarra, agota… y de pronto tras tantas horas de espera te abren las entrañas y la sensación es como dos manos que entran en lo más profundo de tu ser, te aprietan el corazón, lo hacen latir fuertemente presionando una y otra vez… luego lo sueltan… las palpitaciones se aceleran, sientes una sensación de rozamiento que raspa, mientras vas quedando vacía…
Es como caer profundo para luego subir más alto, porque al ver su cara es como si te abren el alma y te la descubren a la VIDA… y ella está allí, indefensa, inocente y despierta, haciéndome MADRE y enseñándome una vez más a desprenderme…